JOSEFA está operativa.

Este finde lo he pasado en el hospital, han operado a mi madre de una rotura de hueso, me lo he pasado bomba. La culpa la tiene la persona que cuidaba a la enferma con la que compartíamos habitación. Cuidaba de la anciana, la daba de comer, organizaba la ropa, la movía, la aseaba, controlaba cada mínimo detalle. Me tenía maravillada su energía y dedicación, no paraba quieta ni un momento. No bastándose con esas labores sacaba tiempo para controlar nuestra zona, poner la antena a lo descarao con sus anfibios ojos, bromear con nuestros comentarios y mandar a la mierda a la abuelita encamada por sus constantes quejas con una gracia que ya la quisiera Pedro Almodóvar para próximos fichajes. Nos dice que esto que está haciendo no es nada, que con otro familiar pasó tres meses organizando el día y calentando el sillón de las noche de hospital; que qué gusto da así, que parece que nos conocemos de toda la vida, que los anteriores cerraban la cortina separadora y el armario con llave, "ya ves, como si fueran a tener ahí sus millones guardaos, pues toallicas y esponjas, ¿no?" EL último día me llevé la cámara y pregunté si podía sacar imágenes para recordarla, solo a ella; había muchas posibilidades de que, cada vez que flaqueara, si recordaba estos momentos, toda mi tontería se fuera a tomar por culo. "Si voy a salir mona, entonces sí" "Sin problemas, Josefa, esta cámara favorece", le muestro lo grabado, "Anda, pensaba que era foto, pero no hay carrete..., entonces si esto graba es porque tiene memoria..."

Memoria, cómo un concepto tan extraño y engañoso puede ser en determinados momentos tan concreto y esencial.

La enferma tiene setenta y pico de años: Josefa, su hermana y cuidadora, ochenta y cuatro.


Estos dos fotogramas no hacen justicia a Josefa en acción, pero el vídeo es mucha tela y no procede.