La máscara de carne
Esta noche he salido de casa poco antes de oscurecer. Apenas he abierto la puerta he recibido en pleno rostro el brutal hálito helado del océano, salado y amargo, oloroso a yodo, a algas y a bajamar. Un soplo marino y polar, llegado a nuestro rudo y verde Flandes desde Groenlandia. He seguido el rompeolas, sordamente estremecido por los golpes de ariete del mar. De vez en cuando me detenía para contemplar a mis pies el poderoso juego de las aguas que socavan la muralla de piedra. El oleaje llegaba en vastas masas espesas, lentas, pesadas, casi indolentes, con una especia de confianza en su poder. Y en una repetición eterna y regiamente pródiga, aplastaba una y otra vez, incansablemente, esos millares de millones de metros cúbicos de agua limosa de la base del rompeolas, haciendo rodar en revoltijo piedras y guijarros, con un gruñido hueco, con una ronca sonoridad cavernosa (...)Me he acodado en la balaustrada, Fue aproximadamente en este mismo sitio, donde, quince años atrás, conocí a Seddik... ¿Qué venía a aportar a mi vida, Seddik, en aquel momento? ¿Cuál era el mensaje que me ofrecía , y que todavía no he sabido descifrar?... la cicatriz que me dejó es demasiado honda para que no haya en aquel encuentro nada más de lo que hubo en tantos encuentros triviales y lamentables de los que nada me ha quedado.
Dios ha permitido al hombre amar la carne, y que la carne una a las almas. El amor conyugal consiste en esta síntesis. Yo he trastornado en mí el complejo y maravilloso mecanismo y lo he echado todo a perder. He disociado el alma de la carne. Y puesto que he querido amar monstruosamente por la carne, me he condenado al mismo tiempo, sin saberlo, a amar monstruosamente por el alma.
Dios ha permitido al hombre amar la carne, y que la carne una a las almas. El amor conyugal consiste en esta síntesis. Yo he trastornado en mí el complejo y maravilloso mecanismo y lo he echado todo a perder. He disociado el alma de la carne. Y puesto que he querido amar monstruosamente por la carne, me he condenado al mismo tiempo, sin saberlo, a amar monstruosamente por el alma.
Me he condenado a ser un personaje grotesco. Yo que tengo un concepto tan elevado del amor, yo que sueño en la entrega de todo mi ser..., yo, para quien poder amar sería la máxima alegría, no puedo amar sin resultar inmediatamente ridículo y burlesco. Como un payaso distraído que paseara por la vida su maquillaje, su cráneo postizo y sus zapatones monstruosos, y se atreviera a hablar de ternura y de idilio... Cyrano... La nariz de Cyrano... ¡Pero ni eso! ¿Qué es la nariz de Cyrano al lado de esta máscara de carne que se agarra a mis huesos? ¡Qué gran fortuna la de tener solamente una nariz postiza! ¡Quién pudiera alcanzar esta suerte!
"La máscara de carne" Maxence Van der Meersch