Alienación, menuda jugada.

Es el propio ruido de la maquinaria lo que revela la mayoría de veces el producto, todas parecen iguales de aparatosas y ensordecedoras, pero distinguimos con facilidad unas de otras por una sola razón: qué nos dan.


El ruido de la celebración ha sido el de una maquinaria que ponía a nuestro servicio la resolución absoluta de cualquier carga pesada sobre la humanidad. Los cantos eran profundos, erguidos, casi tan intensos como los golpes con los que el ánimo obsequiaba a todo lo que entorpeciera los pasos engallados, contenedores y animales de la calle bailaban tensos como papeleras vivientes. Los disparos que hermanaban cohetes y petardos disipaban a los pájaros caducos, que en un momento tan glorioso sólo eran capaces de piar mediocridad.

Mientras Valencia y Murcia ardían y se encontraban a medio camino de lo accidental y lo provocado, pero con toda la angustia de sus espectadores en un solo bando, espectáculo uniforme.
No era momento de que el dolor cobrara protagonismo, que la tragedia se produjera en medio de un éxito era una equivocación tan temeraria como la propia tragedia, ayer muchos sentimos vergüenza de ser españoles.
Pero mayor que la vergüenza era la incapacidad para entender en qué consistía ese éxito, nos sentimos más estúpidos que impotentes, nos preguntamos si había realmente lugar en el mundo para nuestras sensaciones, indagamos durante horas buscando noticias sobre los incendios, y a la vez pistas sobre el número de personas que, sin ser afectados directos, en lugar de nacionalistas berridos lloraban al cielo universal para que se derramara. Comprobamos que muchos estaban en acciones de voluntariado, tanto de personas como de animales. Refugios animalistas evacuados y miles de personas sintiendo que pueden perderlo todo mientras otros calcinan el silencioso respeto y celebran que unos poquitos se llevarán esas ganancias nunca recortadas.
15 millones de euros han sido eliminados del presupuesto antiincendios en Valencia.
Y aun así debemos alegrarnos por mil cosas diferentes por muchos males que nos rodeen. No se trata de dar prioridad al lado negativo, en cualquier momento están ambos lados presentes, nunca podríamos celebrar nada entonces. Ni tampoco se trata de juzgar aficiones y gustos ajenos. Se trata de dejar constancia de que cada vez somos más los que no nos engañamos y sentimos como una locura la desproporcionada extensión de tanta indestructible fábrica de inútiles productos cuando lo esencial prende con facilidad e insuficiente alarmismo. Se trata de llamar las cosas por su nombre. Que cada uno elija a los campeones de su mundo, pero al menos no usemos términos livianos para pasiones desatadas al menor roce de una pluma con color diferente,
no lo llamemos afición cuando lleva décadas ganando todas las condiciones supremas para convertirse en una completa alienación.

Raquel Bermúdez González
LaRakeLa 2012

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