Jane Goodall 83 aniversario - entrevista febrero 2017
ENTREVISTA XL SEMANAL
Es su voz, su mirada, esa paz interior, esa calma profunda; también sus manos, su cuerpo aparentemente frágil, pero aún dispuesto, a sus casi 83 años, para encadenar viajes por el mundo sin apenas descanso. Jane Goodall hipnotiza a su audiencia. Y lo sabe, aprovecha ese don -así lo llama ella- para reclutar millonarios por la defensa de la naturaleza y educar a niños y jóvenes en el cuidado urgente del planeta. Esta primatóloga británica, conservacionista y Mensajera de la Paz de Naciones Unidas, cuyas andanzas entre chimpancés, allá por 1960, la convirtieron en un icono mundial, representa como nadie la defensa de la biodiversidad. Aprovechando su breve paso por Madrid, donde recogió el Premio a la Personalidad Ambiental del Año, entregado por Ecovidrio, compartió recuerdos e inquietudes con XLSemanal.
XLSemanal. Dice usted que hemos fallado como especie…
Jane Goodall. Sí. Más que evolucionar, vamos hacia atrás. ¿Cómo es posible que la criatura más inteligente que ha pisado este planeta esté destruyendo su propio hogar?
XL. Quizá no seamos tan inteligentes…
J.G. [Se ríe]. Desde luego, en eso no lo demostramos. Sufrimos una desconexión entre el cerebro y el corazón.
XL. La Historia de la humanidad no muestra esa conexión de la que habla. Es más un relato de crueldad y luchas de poder…
J.G. Cierto, pero siempre, en todas las épocas, hay personas excepcionales que han ido definiendo eso que llamamos humanidad. Mandela, Ghandi…
En 1960, Goodall se convirtió en la primera persona en ser aceptada por un grupo de chimpancés
XL. O usted…
J.G. ¿Yo? [Se ríe]. Mi trabajo, si acaso, es formar, a través de la educación, a más gente como ellos. Al nacer, recibí dos dones: un cuerpo resistente que con casi 83 me permite seguir luchando, y el otro es la comunicación. Siempre he sido muy tímida…
XL. Nadie lo diría…
J.G. Pues es así. Ahora bien, cuando subo a un estrado para hablar ante una gran audiencia, es diferente. Entonces surge la magia y la otra Jane acude en mi ayuda [se ríe].
XL. ¿Y cuándo nació esa otra Jane? ¿Entre chimpancés quizá allá por 1960?
J.G. Algo nuevo nació entonces, eso seguro. No pasas por una experiencia como esa y sigues igual…
El mundo se está convirtiendo en un lugar que da mucho miedo. Necesitamos que la gente se movilice
XL. A usted la envió a estudiar a los chimpancés Louis Leakey. El científico que situó en África el origen del ser humano confió en usted, una joven sin experiencia ni títulos. ¿Así de sencillo?
J.G. Pues sí. Ni siquiera me dio consejos. Simplemente: «Ve allí, Jane, y aprende todo lo que puedas» [sonríe]. Y eso hice. Yo no tenía método científico. Tenía, eso sí, cuadernos de notas, unos binoculares y mi fascinación por la vida salvaje [ríe].
XL. Años después, Leakey envió a Dian Fossey con los gorilas a Ruanda [la película Gorilas en la niebla cuenta su historia] y a Birutè Galdikas con los orangutanes a Borneo. Tres mujeres…
J.G. Él creía que las mujeres somos mejores observadores. Para ser una buena madre hay ciertas cualidades fundamentales: paciencia, empatía, observación y habilidad para mantener unida a la familia. Pues bien, todas esas cualidades ayudan a observar a un grupo de animales. Principalmente, la paciencia.
En 1964 se casó con el barón holandés Hugo van Lawick, un fotógrafo de vida silvestre con quien tuvo su único hijo, Hugo
XL. Usted tiene un hijo. ¿Observar a las chimpancés, su modo de ser madres, fue una influencia en ese aspecto?
J.G. ¡Oh, sí, muchísimo! Las madres chimpancés son pacientes y protectoras, pero sin llegar a la sobreprotección. Son tolerantes, pero saben imponer disciplina. Son cariñosas, juegan con sus pequeños. Y lo más importante: los apoyan en todo momento. Si, por ejemplo, se pelean con otro ejemplar, aunque sea un individuo de mayor rango o edad, no dudan en intervenir a favor de su hijo. Cuando yo fui madre, digamos que fui del tipo de las que cogían a su hijo en brazos cuando lloraba [se ríe].
XL. Repasando la cronología de sus observaciones, paciencia a usted, desde luego, no le faltó…
J.G. Pues sí, porque llegué el 4 de julio a Gombe [en Tanzania] y hasta el 30 de octubre no observé el primer gran hallazgo, cuando los vi comer carne, desmontando la idea de que los chimpancés eran vegetarianos. Fueron días muy excitantes. cinco días después vi a dos de ellos fabricar herramientas para extraer termitas de sus nidos. Aquello echaba abajo la idea de que solo los humanos somos capaces de crear herramientas.
En 1977 creó el Instituto Jane Goodall, entidad conservacionista presente en cien países
XL. Usted es la única persona que ha sido aceptada por un grupo de chimpancés…
J.G. ¡Casi me costó más que me aceptaran los científicos! [Se ríe]. Cuando fui a Cambridge -para sacarme un doctorado en Etología-, me recibieron con un: «¡Lo que usted ha hecho no es ciencia! No puede ponerles nombres a los chimpancés. Debe numerarlos. Tampoco puede hablar sobre la personalidad de cada uno ni afirmar que posean un pensamiento racional. Y, desde luego, no diga que sienten emociones. Todo eso es exclusivo de los humanos. ¿Lo ha entendido?».
XL. Pero usted no lo entendió…
J.G. ¿Sabes qué? En el fondo sabían que tenía razón, pero, claro, tenían que decir: «No podemos probarlo. Por lo tanto, no existe».
“¡Me costó más que me aceptaran los científicos que los chimpancés! Me decían que yo no hacía ciencia”
XL. Hoy suena extraño que se nieguen emociones a un simio o a un perro…
J.G. Sí, ya nadie se lo cuestiona. Hay científicos que estudian la inteligencia en aves, pulpos y en todo tipo de criaturas, pero las cosas eran muy distintas entonces… La gente joven no puede imaginar cuánto.
XL. ¿Cree que, en aquel entonces, carecer de conocimientos y método científico la ayudó en su investigación?
J.G. Lo hizo todo más intuitivo. Mi gran influencia, un profesor muy especial que tuve en mi infancia, fue mi perro Rusty. Me enseñó que los animales tienen emociones y que aquellos científicos estaban equivocados. Esa convicción me dio el coraje para acercarme a los chimpancés y verlos de un modo más humano.
Tras conocerlos de cerca, Goodall decidió entregar su vida a los chimpancés y otras especies en peligro
XL. Los científicos suelen hacerse más preguntas sobre la naturaleza que el resto de los mortales. ¿Recuerda cuál fue la primera para usted?
J.G. ¿De dónde salen los huevos de las gallinas? Con cuatro años. Pasé cuatro horas escondida dentro del gallinero esperando a que una pusiera un huevo. Mi madre estuvo a punto de llamar a la Policía, claro [se ríe]. Por suerte tuve una madre maravillosa y comprensiva que, en vez de echarme la bronca, cuando aparecí, se sentó a escuchar mi fascinante historia sobre lo que acababa de presenciar.
Al nacer, recibí dos dones: un cuerpo resistente y la capacidad de comunicar
XL. Habla de su madre con devoción…
J.G. ¿Tú te imaginas a una chica diciéndole a su madre en los años cuarenta o cincuenta. «Mamá, quiero vivir en África para observar y escribir sobre animales»? Pues mi madre, lejos de quitármelo de la cabeza, me animó. «Jane -me dijo-, si realmente deseas algo, trabajas duro, aprovechas las oportunidades y nunca te rindes, encontrarás tu camino para alcanzar tus sueños».
XL. De niña le regalaron un chimpancé de peluche, otra influencia en su vida. ¿Lo conserva?
J.G. Oh, sí, pero no sale de casa. Está ya muy viejito. Recuerdo que, cuando me lo regalaron, algunos amigos de mis padres fueron muy críticos; decían que me iba a asustar y me provocaría pesadillas. Imagínate [se ríe].
XL. En abril cumple 83 años. He leído que está de viaje 300 días al año y lleva así ya… Cuál es su secreto?
J.G. [Se ríe]. La voluntad de seguir adelante, supongo. No me gusta viajar, pero no me queda más remedio. De todos modos, me reservo tres semanas en agosto para ir a Bournemouth, mi hogar. Y descanso siete días entre viajes.
Recibió en Madrid el Premio Personalidad Ambiental del Año, de Ecovidrio
XL. ¿Tiene nietos?
J.G. Tres. Uno en Inglaterra, así que lo veo allí. Los otros dos y mi hijo, en Tanzania, donde voy dos veces al año.
XL. Tras seis décadas de activismo medioambiental. ¿En qué cree que hemos avanzado?
J.G. Bueno, cada vez más gente entiende que hay que cuidar el planeta, pero…
XL. ¿Pero…?
J.G. El problema es que hoy las amenazas son más graves y se requiere un cambio urgente de nuestros hábitos. La gente, además, está perdiendo la esperanza de que eso sea posible, y sin esperanza la gente no actúa: ¿para qué? Por eso trabajamos tan duro con nuestro programa para jóvenes. Si las nuevas generaciones no cuidan de la biodiversidad, no tiene sentido luchar.
XL. ¿Cómo lo arreglamos?
J.G. Mire, los grandes problemas del mundo, en mi opinión, son: esta sociedad codiciosa y materialista, el crecimiento de la población, la pobreza y la falta de educación. Las personas no entienden el efecto acumulativo de las decisiones que toman cada día.
XL. Pero reconocerá que las decisiones de algunos influyen más que otras…
J.G. Ah, sí. Hay individuos, empresarios, gobernantes… que pueden marcar una gran diferencia. Hay que llegar a ellos. El otro día, en Holanda, conocí a un señor muy rico que adora los coches deportivos. Estaba a punto de comprarse uno nuevo y, tras escuchar mi conferencia, se dio cuenta de que no lo necesitaba. ¿Sabe lo que hizo? Donó ese dinero a nuestros proyectos en África. Estas cosas hacen una gran diferencia.
“Mi gran profesor fue el perro Rusty. Él me enseñó que los animales tienen sentimientos”
XL. ¿Cómo ve el mundo después del brexit, la victoria de Donald Trump, la crisis migratoria y el ascenso de la extrema derecha en Europa?
J.G. El mundo se está convirtiendo en un lugar que da mucho miedo. El brexit y la victoria de Trump tienen la misma raíz. Una amplia mayoría de la población está indignada. Sienten que han sido excluidos y desean cambios. Desde mi perspectiva, esto solo significa que son tiempos duros y debemos luchar más fuerte. Necesitamos que la gente conozca los problemas, se movilice y llame la atención de los medios. Hay muchas mentiras y desinformación. Mucha gente cree que Internet es como un Dios y se creen todo lo que ven ahí. Piense en Trump; utiliza Twitter como principal plataforma de comunicación.
XL. Trump niega el cambio climático…
J.G. Sí, y es muy peligroso. Pero, como siempre, debemos mirar el lado positivo; es el único modo de continuar. China, por ejemplo, acaba de anunciar que a finales de año prohibirá la venta de marfil. Es el mayor importador del mundo, así que esa es una señal positiva. ¿Conoce el documental The Ivory Game, producido por Leonardo DiCaprio? Muestra el comercio mundial de marfil y hubiese merecido ganar un Oscar. Estados Unidos es el segundo mayor importador y nadie lo sabe.
XL. Una crisis económica como la que vivimos no parece terreno propicio para su mensaje, con gente necesitada de empleos y demás…
J.G. Es cierto. Se espera que la gente consuma más para salir de la crisis, pero eso acabará destruyendo el planeta. He hablado sobre ello con muchos economistas. Les digo: «Urge encontrar otro modelo económico. ¿No se dan cuenta?». Muchos, después de escucharme, me dicen: «Jane, la próxima vez que tome una decisión o asesore a otros me aseguraré de pensar con mi corazón tanto como con mi cabeza». Debemos traer el corazón de vuelta.
Comentarios
Publicar un comentario