CÉLINE DION I AM - documental reseña


Lo que hay tras una imagen maravillosa, sea orgánica o by instagram, es lo que hay detrás de cualquier imagen que no luzca tan espectacular. 
Hay cualquier cosa. Desde una existencia anodina a una tragedia impensable. Si resistes lo suficiente, en tu ruta acabará apareciendo todo lo que cabe aprender de ella, incluido lo mostrado por cualquier sencillo animal y otras enseñanzas Bear.
 
Hay una posibilidad entre un millón de que te salves de experimentar un terrible pasaje de toda la colección, hay una posibilidad entre un millón de que un terrible pasaje en modalidad rareza te escoja a ti.
Ese número uno es Céline Dion.

Pero ella es número uno es ámbitos aún más llamativos.

Para llegar a lo que es aún más llamativo que el infierno de Dion, el espectador debe ir rompiéndose a medida que avanza el documento, hasta llegar a la extrema y perturbadora secuencia de un dolor tan insoportable y rígido que ni le permite el fluido desahogo de las lágrimas. 
Las desahogamos en su lugar.

Céline llega a esta crisis a través de un esfuerzo al que no puede renunciar, poner cada entusiasmado músculo al servicio de su voz; pero la sobreestimulación en el estudio de grabación, aunque sea un estrés positivo, provoca en el Síndrome de la Persona Rígida predisposición a un ataque sin piedad.
Y aun así no hay renuncia.

El show debe continuar, aunque sea a costa de descubrir todo el tinglado: ha estado dos décadas ocultando el padecimiento y se ha servido suculentos menús-valium con tal de salir a escena.

Aquí aparece una culpabilidad que no debería acompañar a ninguna enfermedad devastadora, siente que ha engañado a su público con toda clase de trucos.
Pero, ¿no es el truco lo único que nos queda cuando sin truco no hay funcionamiento posible?
Esta mochila de pensar que te debes a otro en una versión pura cuando estás enfermo solo puede enfermar más. 
Qué menos que elegir sin culpabilidad (y sin evidentes daños a terceros) las estrategias para luchar contra los monstruos que ni siquiera nos permiten ser uno mismo. 

Desarrolla la impronta musical en cada poro desde que nació junto a trece hermanos criados por unos padres que nutren con todos ellos relaciones melómanas. Celine describe además a su madre como fascinantemente fuerte y audaz, tan hábil con la instrumentación como amasando unas extrañas empanadas de zanahoria en tiempos de tanta escasez que ni frío se veía en el frigo. Rodeaba la madre el plato con botes de especias y ketchup para unos hijos agradecidos.
Y así fue creciendo la Dion, en un ambiente de desdramatización, aroma a recién hecho y sonoro traqueteo de treinta y dos pies. 
Se necesitan muy pocas imágenes en el documental para intuir el suertudo ambientazo, con padres dedicados tanto al cuidado doméstico como a poner banda sonora a la familia, con hermanos que te llevan tantos años como para muy pequeña ir a sus bodas y eventos donde marcarte tus primeras actuaciones frente a un numeroso público familiarizado en creer en ti. 
Céline tuvo lo más genuino que se puede tener y eso la predispuso a un gran éxito no solo a nivel material, así lo asegura ella. 
Bueno, y así lo aseguran algunos de los teóricos más modernos, que no podemos hacer gran cosica por cambiar el patrón en que fuimos educados, o el patrón genético, o el patrón ambiental, o un hecho traumático: que siempre hay un patrón que nos determina hasta la médula. El neurocientífico Robert Sapolsky lo lleva al extremo y considera que ni siquiera somos responsables de nuestros actos. Ni culpabilidad ni mérito.

Celine adora la música gracias al patrón establecido por sus padres igual que otros adoramos este arte por otras circunstancias. Además Céline está perdidamente enamorada de su voz y no lo disimula, dice haber eliminado su ego en pos de seguirla a donde quiera llevarla, no soporta que el síndrome congele estas cuerdas. Nos permite ver su sufrimiento cuando esto ocurre, un sufrimiento donde parece estar sola, le ha pedido a la directora Irene Taylor que no haya intervenciones de terceros como suele caracterizar al docu, que su propia voz fuera la única con tanto que contar.
Sin embargo hay un secundario que, a simple vista, parece adornar la fotografía con puntos de luz y sosiego. Solo al final de la cinta descubrimos la dimensión real de estos fotogramas. 
Lo que parece un detalle es un final contundente de la poderosa emocionalidad de DION.

Gracias por este durísimo empeño, gracias por I AM: CÉLINE DION,  regalo que nunca nos hubieras querido hacer. 
Bendiciones de todos tus seguidores para sanar tu contundente identidad. 

Raquel Bermúdez González
LaRakeLa.com 2024


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